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Una Cuaresma para sembrar el bien sin cansarse

  • Categoría de la entrada:Acción caritativa
  • Tiempo de lectura:5 minutos de lectura

Comentario al Mensaje de Cuaresma del papa Francisco

Carmen Márquez

En el actual contexto de crisis, de degradación medioambiental y aumento de la pobreza, de tensión y polarización social y política, de una pandemia que nos ha hecho palpar nuestra propia fragilidad y vulnerabilidad, y de una guerra que desafía nuestra común humanidad, recibimos esta Cuaresma la invitación a poner en práctica las palabras del apóstol Pablo: «No nos cansemos de hacer el bien» (Gal 6,9). La Cuaresma -nos recuerda el papa Francisco- es un kairos, un tiempo decisivo que nos llama a la conversión, a cambiar nuestra manera de ver la vida y de andar por la vida, nuestro modo de mirar la realidad y de relacionarnos con ella. Es, en definitiva, una invitación a preguntarnos qué necesitamos transformar, cambiar y renovar en nosotros. El Mensaje de Francisco este año nos propone:

Una invitación a hacer de esta Cuaresma un tiempo de oración: para aprender a ver, pensar y sentir la realidad desde Dios, a reconocer su presencia y su actividad en nuestro mundo; para dejarnos interpelar por Él; para dejar que su siembra arraigue en nosotros, fecunde nuestra vida, y nos prepare para ponernos al servicio del bien.

Una llamada a la «conversión ecológica», que nos lleve a priorizar el ser sobre el tener, acumular y consumir; que nos haga anteponer el dar y el compartir sobre el poseer y acumular.  En el marco de una cultura consumista y en un contexto de crisis medioambiental el Mensaje del papa Francisco se convierte en una invitación a revisar nuestros estilos de vida y de consumo, a «vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios» (LS 217).

El sueño de participar en la magnanimidad de Dios. En la entrevista que concedió al inicio de su pontificado, Francisco definía así la magnanimidad: «es hacer las cosas pequeñas de cada día con el corazón grande y abierto a Dios y a los otros. Es dar valor a las cosas pequeñas en el marco de los grandes horizontes, los del Reino de Dios». En un mundo en que prevalecen como criterio el éxito, la productividad y la rentabilidad y la eficacia, Dios nos invita a desafiar esa lógica y actuar magnánimamennte, con gratuidad, sin conducirnos por la lógica del beneficio personal, sembrando con generosidad aunque sepamos que serán otros quienes recojan los frutos.

Una interpelación a practicar la caridad activa, evitando la tentación del escapismo espiritual y viviendo una fe comprometida y activa. Nos interpela a visibilizar nuestra conversión con gestos, hechos concretos y actitudes nuevas y hacerlo de modo que hablen de la presencia de Dios. Nos recuerda la importancia de cultivar y cuidar las relaciones humanas y construir fraternidad: a buscar, llamar, visitar, escuchar, no abandonar, amar, en definitiva, a todo aquello que nos lleva a «aprojimarnos» a los demás, a no pasar de largo y refugiarnos en la indiferencia, a sembrar justicia y solidaridad, a practicar el cuidado y la ternura, a ser sanadores y a aceptar sin reservas a quienes el mundo ha rechazado, pues en ellos se revela el rostro de Dios.

Un requerimiento a vivir con esperanza, a no desfallecer, a ser perseverantes porque «el bien, como el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día». Esta Cuaresma nos invita a vivir con la actitud del agricultor, desarrollando su paciente constancia, sin cansarnos de sembrar el bien. Los agricultores saben que el cultivo es un proceso lento y paciente, que requiere preparar la tierra para que la semilla pueda germinar, que hay que regar y abonar para que pueda crecer, que a veces es necesario podar, y que el tiempo es necesario para que el sol madure el fruto. La siembra del bien tiene también su proceso: «el ayuno prepara el terreno, la oración riega, la caridad fecunda», nos recuerda Francisco. La Cuaresma nos invita además a mantener la esperanza porque «Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien», y porque sabemos que Cristo ha vencido a la muerte y que su resurrección nos trae semillas de salvación.  

Carmen Márquez Beunza. Facultad de Teología. Universidad de Comillas