Mensaje para la fiesta de la Virgen del Carmen – 1999
Se acerca, un año más, la fiesta de la Virgen del Carmen, tan entrañable para las gentes del mar que viven su fe cristiana dentro de la Iglesia católica. Puertos, pueblos enteros y parroquias, siguiendo una tradición muy querida, se volcarán de nuevo en diversas manifestaciones de fervor mariano y, por intercesión de la “Stella Maris”, la Reina de los Mares, presentarán al Padre de todos sus alegrías y esperanzas, sus angustias y peticiones.
Creo conveniente que, en comunión con la Iglesia universal, celebremos esta fiesta mariana en el espíritu del Gran Jubileo promulgado por el Papa Juan Pablo II para el año 2000. Así nos lo sugieren el cartel y el lema escogidos: “Padre nuestro… que estás en los mares”. Después de haber dedicado los dos primeros años de preparación del Jubileo a Jesucristo y al Espíritu Santo, respectivamente, el Papa nos ha invitado a profundizar este último año en el misterio insondable de un Dios que en su Hijo Jesús se nos mostró como Padre lleno de misericordia: “Quien me ve a mi, ha visto al Padre”. De esa forma podremos llegar a la apertura de la Puerta Santa del Gran Jubileo en la Vigilia de la Navidad con las debidas disposiciones para celebrarlo con fruto a lo largo del año 2000. Por acuerdo de los Coordinadores Regionales del Apostolado del Mar en Europa, los navegantes son invitados a inaugurar de una forma peculiar el Año Santo: haciendo sonar las sirenas de sus barcos la noche de Navidad.
“Padre nuestro… que estás en los mares”. La figura del padre está especialmente presente entre las gentes del mar: el padre, que durante largas y duras ausencias del hogar, no solo no puede olvidar, sino que añora continuamente a su familia y es, al mismo tiempo, el gran ausente cuya memoria y nombre están a cada momento en el corazón y en boca de los suyos, en la espera de su pronto retorno a casa. La figura del padre se complementa con la de la madre, protagonista excepcional de la vida de la familia marinera. Por ello nuestras gentes pueden sintonizar más fácilmente con esa imagen de Dios Padre, misterio siempre más profundo e insondable que los océanos. Un Padre con entrañas maternales, como se nos descubre en la Biblia. Nuestro Dios combina la fuerza del amor paterno con la ternura del corazón de la mejor de las madres. Así nos lo presenta el Catecismo de la Iglesia Católica: “La ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad, que indica más expresivamente la intimidad entre Dios y su criatura”.
Si la expresión de la oración dominical “… que estás en el cielo” no designa un lugar, sino la majestad divina y su presencia trascendiéndolo todo, las palabras peculiares de nuestro lema “… que estás en los mares” nos invita a descubrir su paternidad amorosa para tantos hijos suyos en la inmensidad de los mares y océanos. Ojalá podamos todos aprovechar la gracia del Jubileo para que el Espíritu Santo nos ayude a descubrir en Jesús al Hijo que nos manifiesta en sus palabras y obras la cercanía, la ternura, la paciencia y el amor misericordioso de Dios, Padre también de todos nosotros. En este descubrimiento nos servirá de ayuda la Virgen María, “el gran signo de rostro materno y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo, con los cuales nos invita a entrar en comunión” (Puebla, 282).
La inmensa mayoría de las gentes del mar no podrá peregrinar a Roma para celebrar junto al Santo Padre, como está programado, la Jornada para Migrantes en los tres primeros días de junio del año 2000. Pero, por voluntad del Papa, el Gran Jubileo será celebrado simultáneamente también en las Iglesias locales. Por ello convendrá que las comunidades cristianas sensibilizadas con la problemática de las gentes del mar, en comunión con la Iglesia universal y siguiendo las orientaciones de sus diócesis, concreten y centren su actividad preferente en aquellos aspectos del Jubileo que, a su juicio, exigen una atención y dedicación urgente en su propio ambiente.
Dirijamos también nuestra atención a la acción que, muchas veces de forma callada, la Iglesia viene desarrollando en favor de marinos y pescadores y de sus familias. Gracias a Dios, son muchos los creyentes que en puertos y parroquias, a bordo y en tierra, siguen entregando sus personas y su esfuerzo a la atención espiritual y humana de las gentes del mar. Así lo pudimos comprobar con gozo en la Asamblea Nacional del Apostolado del Mar que celebramos en Santander el pasado mes de febrero.
La Asamblea centró su reflexión en la situación de la “familia marinera” en sus distintos niveles de bajura, altura y mercante, y presentó las siguientes conclusiones: 1) Establecer, en los distintos puertos, la intervención de profesionales del Trabajo Social (animadores socio-culturales, asistentes sociales, expertos en psicología y terapia familiar, etc.) para que ayuden a jóvenes, mujeres y hombres de la mar en los problemas de comunicación interpersonal, convivencia, soledad e integración social. 2) Determinar compensaciones económicas equitativas para armadores y tripulantes durante los períodos de paro del buque. 3) Crear centros de “Stella Maris” (Apostolado del Mar) en todos los puertos más importantes de la nación e incrementar la comunicación entre los mismos. 4) Exigir a profesionales, instituciones y autoridades de la mar el respeto riguroso a los paros biológicos y al tamaño de las especies.
Como ocurre en muchas de las asambleas, no menos importante que los estudios, reflexiones y conclusiones es la convivencia de los asambleistas, oportunidad excepcional para el intercambio de noticias y de proyectos apostólicos. A todos nos llenó de renovada ilusión la presencia inusitadamente grande de representantes y, en especial, la incorporación de savia nueva proveniente de puertos de las Islas Canarias y del Mediterráneo. Representantes de otros varios puertos se vieron obligados a excusar su ausencia por problemas derivados del tráfico aéreo. Dentro de la modestia del Apostolado del Mar en nuestros días, es signo de esperanza esta participación de nuevos e ilusionados apóstoles, en su mayoría seglares.
Permitidme que en aras de la necesaria brevedad sacrifique este año una referencia más detallada a los problemas que siguen angustiando a pescadores y marinos y a sus familias. Como podéis imaginar, poco o nada ha cambiado la situación en estos últimos doce meses. No puedo, sin embargo, olvidar a las numerosas víctimas que la mar ha seguido cobrando. Algunas de ellas hallan eco en los medios informativos, y suscitan una ola de compasión y solidaridad, como hemos podido constatar, por ejemplo, en los naufragios de los barcos pesqueros “Marero” y “Gure Conchi”. Otras muchas, en cambio, pasan inadvertidas a la opinión pública, pero no a sus seres más queridos. Que estas tragedias sean un fuerte aldabonazo en las conciencias de los responsables del Apostolado del Mar y también de las instituciones sociales, sindicales y gubernativas para que, coordinando sus esfuerzos, y en cumplimiento de los diversos Convenios, traten de mejorar la atención y ayuda a las que las gentes del mar tienen especial derecho por sus peculiares condiciones de vida y de trabajo.
Concluyo con estas palabras con las que el Papa Juan Pablo II abre su Carta Apostólica “Stella Maris” sobre el Apostolado del Mar (31 de enero de 1997): “Stella Maris” es, desde hace mucho tiempo, el título preferido con el que la gente del mar se dirige a la Virgen María, en cuya protección siempre ha confiado. Jesucristo, su Hijo, acompañaba a los discípulos en sus viajes en barca, les ayudaba en sus afanes y calmaba las tempestades. Así también la Iglesia acompaña a los hombres del mar, preocupándose de las peculiares necesidades espirituales de esas personas que, por motivos de diversa índole, viven y trabajan en el ambiente marítimo”.
Bilbao, 15 de junio de 1999