Ofrecemos un documento que sigue siendo imprescindible para la pastoral con los emigrantes y refugiados
El Papa Benedicto XVI ha afirmado que el amor trasciende cualquier tipo de frontera o de distinción: «La Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario.
Pero, al mismo tiempo, la caritas-agapé supera los confines de la Iglesia; la parábola del buen Samaritano sigue siendo el criterio de comportamiento y muestra la universalidad del amor que se dirige hacia el necesitado encontrado “casualmente” (cfr. Lc 10, 31), quienquiera que sea» (DCE, n. 25). Motivada por la caridad de Cristo y por su enseñanza: «Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed, y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25,35-36), la Iglesia ofrece su amor y su asistencia a todos los desplazados forzosos, sin distinción de religión o procedencia social, respetando en cada uno la inalienable dignidad de la persona humana, creada a imagen de
Dios. Por esta razón, el compromiso de la Iglesia hacia los migrantes y refugiados puede atribuirse al amor y a la compasión de Jesús, el Buen Samaritano. Al responder al mandamiento divino y al atender a las necesidades espirituales y pastorales de emigrantes y refugiados, la Iglesia no solamente promueve la dignidad humana de cada persona, sino que además proclama el Evangelio del amor y de la paz en situaciones de migración forzosa.